Si me preguntáis sobre el Bien y el Mal como conceptos o ideas, lo primero que se me ocurre es que me resulta difícil pensar sobre abstracciones y me veo obligado a fijar mi atención en las personas, en quienes me rodean y configuran mi mundo, mis relaciones, y me pregunto si es posible clasificarlas en buenas y malas, si conozco a buenas y malas personas. Y si recurro a mi experiencia y a mi memoria, me vienen a la mente personas que son consideradas y ellas mismas se tienen por buenas y que, me consta, han sido capaces de cometer maldades y malhechores condenados por la justicia protagonistas de más de una buena acción.
De lo único que estoy seguro es de esto último. Que hay buenas y malas acciones. Pero, ¿cómo decidimos que un acto es bueno o malo? Para evitar la arbitrariedad que surge del subjetivismo, deberíamos disponer de unos principios éticos que fueran aceptados universalmente, un sistema moral de referencia que fuera el fundamento del comportamiento y juicio moral de todas las personas. Pero vivimos en sociedades democráticas en las que, fruto de la pluralidad ideológica, ha cristalizado la convicción de que ello no es posible. Una de las características esenciales del llamado pensamiento postmoderno es la negación de esa posibilidad. No se concibe que un único pensamiento sistematizado, que una teoría filosófica, nos de las claves para interpretar la condición humana y que los criterios para juzgar el comportamiento humano a los que proporcionaría el fundamento puedan ser aceptados universalmente.
Pero el pensamiento postmoderno aún va más allá. De hecho, otra idea fuerza que le caracteriza es el escepticismo sobre la posibilidad de fundamentar de manera racional la moral. Así, pues, si el pensamiento postmoderno se autodefine así es porque se concibe por oposición o superación del pensamiento moderno. Y, como consecuencia lógica, si queremos ir a las raíces, a las ideas clave con las que poder interpretar el modo de pensar actual no tenemos más alternativa que adentrarnos en las principales corrientes de pensamiento propias de la modernidad. De ahí nuestro interés por la Ilustración. No es una cuestión de historicismo o culteranismo, sino que es la consecuencia ineludible del interés por entender lo que nos pasa.
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Màrius Morlans Molina
(Médico, miembro del Comité del Comité de Bioética de Cataluña)
A Eugenia y los tertulianos perdidos